En Colombia escuchamos a menudo que el buen café se exporta a Europa o Estados Unidos, mientras que los propios colombianos toman el ‘tinto’ de peor calidad, como lo llaman por aquí. No obstante, en nuestro paso por el sur de Colombia hemos podido probar muy buenos cafés. Cafés orgánicos, cafés seleccionados y un café suave que está delicioso incluso sin azúcar.
También hemos tenido la posibilidad de vivir cantidad de experiencias relacionadas con el mundo del café. Como en Popayán, donde una familia de artesanos nos llevaron hasta su finca cafetera para mostrarnos cómo cultivan la planta de forma orgánica. O en Santa Rosa de Cabal, donde participamos en el récord Guiness de tazas servidas en un día, hasta un total de 15.000. O en el Parque del café, en Quimbaya, donde se puede presenciar un espectáculo de danzas típicas a través de las cuales explican la historia del cultivo cafetero en el país.
Pero sin duda, el evento más auténtico que hemos podido vivir en el eje cafetero ha sido el Yipao, en Calarcá. Desde el año 1988, durante unas seis horas, desfilan por las principales calles de la población decenas de Jeeps del modelo Willyx, un vehículo que marcó una época y que sirvió -y todavía en la actualidad se sigue usando- para transportar los productos de las fincas cafeteras de la zona.
Los propietarios de los Willyx inundan, orgullosos, las calles de Calarcá para rendir homenaje a este vehículo, que viene cargado hasta los topes para la ocasión. En este año, más de un centenar de ellos se dejaron ver por Calarcá. En el desfile, que también es un concurso, hay cuatro categorías, según los productos que llevan los Jeeps.
Así, algunos de los vehículos circulan llenos de productos agrícolas, desde sacos de café hasta plátanos y otras frutas. Hay que decir que ésta no es una imagen exclusiva del yipao, ya que circulando por las carreteras que unen las poblaciones del eje cafetero es muy habitual ver Jeeps u otros modelos de 4×4 con transportando plátanos hasta los topes.
Otros, más llamativos todavía simulan una mudanza con trastos típicos, abarrotando la parte de atrás de los coches con productos antiguos -el cuadro de la abuela, radiocasetes de los que todavía iban con cinta y todo tipo de antigüedades que se rescatan para la ocasión- y con todo tipo de animales, desde las mascotas hasta gallos y gallinas.
La tercera categoría es libre. Los propietarios de los Jeeps salen con sus vehículos cargándolos de gente, llevando hasta 16 o más personas encima -otra imagen bastante habitual en las carreteras del eje cafetero- o vistiéndolos de gala con algún ingenioso disfraz, como uno que traía una planta de café delante y una casa típica paisa, de la zona, en la parte de atrás.
Finalmente, la categoría extrema del desfile son los piques, posiblemente la parte más espectacular de la jornada. Los propietarios cargan los jeeps de manera que puedan rodar sobre las dos ruedas traseras. Toman velocidad y levantan sus vehículos como si fueran caballos o como las motocicletas tras ganar una cursa, mientras el público, situado a lado y lado de las calles, aplaude compulsivamente cada cabriola. Más llama la atención todavía cuando los conductores se animan a girar sus jeeps en 360 grados, algo que sólo hemos llegado a ver en esta parte de Colombia. Un espectáculo que merece la pena presenciar.
