Durante poco más de un año de viaje hemos visto varios paisajes que nos han transportado durante un tiempo hasta otro planeta. Pasear por el valle de la Luna, en los alrededores de San Pedro de Atacama (Chile) o conducir por la quebrada de las flechas, en el noroeste argentino, fue como salir de la estratosfera en un viaje onírico hacia un planeta tal vez soñado anteriormente por Salvador Dalí o Julio Verne.
Hoy hemos tenido la ocasión de disfrutar durante algunos minutos de uno de estos paisajes lunares. Pero con una diferencia con respecto a las experiencias anteriores. Esta vez el viaje interplanetario nos ha llegado sin previo aviso, y en un corto paseo desde Montevideo.
Cuando hemos salido de la capital de Uruguay con nuestro amigo Leo no pensábamos que, en menos de media hora, tras los kilómetros de playas que se extienden por la rambla de Montevideo y más allá, nos encontraríamos con un mar de dunas rodeada por las aguas fluviales del río de la Plata y el arroyo Pando.
Nuestra llegada a la playa del Pinar ha coincidido con las últimas luces de un atardecer que ha anaranjado, para la ocasión, las blancas arenas que nos rodeaban. Un paseo por el arroyo nos ha llevado hasta el río de la Plata. Subimos a una de las mayores dunas para fotografiar una panorámica que ya ha quedado fijada en nuestra retina.
Al otro lado del arroyo se mecen, tranquilas, las barquitas de los pescadores de Neptunia. Giramos la mirada hacia allá para bajar del cielo y tomar consciencia de dónde estamos. Los tonos naranjas se han tornado en violetas, y los liláceos están cerrando el telón del día, de manera que descorremos el camino entre las dunas y el arroyo para volver a la capital.
Una vez en la gran ciudad, rodeados de nuevo de ruido y polución, todo nos parecerá un vuelo psicotrópico; un viaje de nuestro subconsciente a un planeta de colores donde las dunas te invitan a soñar mientras cae el atardecer e imaginas un mundo mejor.