Desde que vi por primera vez una fotografía de la laguna Quilotoa quise poner los pies ese increíble lugar. Una laguna nacida en el interior del cráter perfecto de un volcán de de tres quilómetros de ancho. Una imagen que, hasta entonces, sólo me había imaginado en mis mejores sueños y que, en un par de días, aparecería delante de mis ojos.
Si hay una zona del Ecuador que me haya llamado la atención desde que empezamos a pensar en viajar a América del Sur es ésta. La avenida de los volcanes. Una zona de los Andes donde los volcanes aparecen a lado y lado de la carretera, como testimonios de la formación de estas montañas que atraviesan el subcontinente dividiéndolo en dos desde la Patagonia hasta el Caribe colombiano.
Llegamos hasta Latacunga, una ciudad de bellas iglesias vigilada por el majestuoso volcán Cotopaxi. Sería nuestro punto de partida para empezar la ruta hacia el Quilotoa. Nos desviamos al este para empezar a subir por una carretera serpenteante que nos deja una panorámica a vista de pájaro de Latacunga mientras sigue ascendiendo entre curvas.
Como el astro rey empieza a perderse por las montañas del horizonte, pensamos en parar a dormir en las afueras del pueblecito de Tigua. Son las ventajas de viajar en una casa con ruedas. Poder dormir en un lugar donde no hay estructura hotelera te permite ser el único que pernocta en un punto perdido en medio de los Andes. Llegamos hasta un punto suficientemente plano para parar a dormir: las instalaciones de la antigua escuela, abandonada, que se ha parado en el tiempo y que, con la ventanas rotas, da una cierta estética decadente al lugar.
Sentados fuera de la furgoneta, disfrutamos de la puesta de sol en un contexto natural único. Algunos niños se pasean por el patio de la escuela, mientras una pastora llega con sus ovejas mientras el día llega a su fin para dar lugar a una noche estrellada como hacía tiempo que no veía. Tras cenar una hamburguesa de soja con ensalada nos echamos en la cama, bien abrigados debajo del nórdico en el interior de la furgoneta, ya que aquí arriba empieza a hacer frío. Los párpados se van cerrando mientras las estrellas inspiran nuestros sueños. Mañana llegaremos a la laguna y bajaremos por el cráter para tocar sus aguas cristalinas.
Antes de retomar el camino hacia el Quilotoa, paramos en el pueblo de Tigua, atraídos por las pinturas que algunas familias hacen desde hace varias generaciones. Paramos en una caseta con un cartel de «Galería de arte», pero no encontramos a nadie. Cuando ya pensábamos en marchar, llega un niño que nos abre la puerta y va a avisar a uno de los artistas, que nos explica sobre el arte de Tigua. Pinturas de colores vivos, grandes máscaras de animales que se utilizan en las fiestas del pueblo, cajas y tambores pintados con las historias del lugar decoran las paredes de la galería. Marchamos pensando que es una suerte que en un pueblo tan pequeño y aislado se haya desarrollado un potencial artístico tan grande. Seguro que las pinturas de Tigua serán cada vez más un reclamo para todos los visitantes que hagan el circuito del Quilotoa.
Cuando llegamos hacía frío, lloviznaba y el cielo estaba cubierto de nubes, así que no se podía apreciar el verde esmeralda de las aguas de la laguna Quilotoa. Pero conforme fuimos bajando por el camino polvoriento que lleva hasta el cráter del volcán el sol se fue dejando ver, tímido. Y la laguna nos obsequió con alguno de los tonos verdosos que me habían cautivado en las fotografías que había visto.
Aunque la caminata es prácticamente para todos los públicos, en la bajada hay que ir con cuidado, ya que hay zonas bastante empinadas donde puedes resbalar con la arena y la gravilla e irte hacia abajo. De hecho, en más de una ocasión Marta y yo tuvimos algún tropiezo y tuvimos que aguantar el equilibrio para no ir al suelo.
Los que no quieren volver a pie tienen la posibilidad de hacer el camino de vuelta a caballo, acompañados por un guía local, una experiencia placentera para los que la contratan, pero que hace un mal favor a los que optamos por volver a pie. Especialmente si, como hicimos nosotros, vas un domingo. Así que, tanto en la ida como en la vuelta nos tocó comernos una buena cantidad de polvo, además de ir esquivando a la caballería.
A parte de esto, el paseo vale la pena y la recompensa también. Abajo, en la parte inferior del cráter, la gente se acumula en el punto de llegada, donde llegan canoas para navegar por el lago, así que sólo hay que caminar unos metros para llegar hasta pequeñas calas donde puedes disfrutar de unos momentos de tranquilidad frente a las aguas de la laguna. La sensación de estar rodeado de las paredes de un volcán lleno de agua es especial. Es como estar en un anfiteatro náutico. Y poder estar solos en nuestro rinconcito de la laguna, a pesar de ser domingo y haber bajado centenares de personas, no tiene precio.
Comemos algunos frutos secos, nos relajamos y cogemos fuerzas para el ascenso que, a pesar del polvo de los caballos, se nos acaba haciendo más corto que la bajada. Cuando llegamos arriba, disfrutamos, esta vez con un poco más de sol, de las vistas de uno de los lugares más bellos del Ecuador continental.
DATOS PRÁCTICOS:
CÓMO LLEGAR A LA LAGUNA QUILOTOA
Para llegar hasta la laguna Quilotoa hay que pasar por la ciudad de Latacunga, situada unos 100 kilómetros al sur de Quito, desde donde se llega en una hora y media. La ruta desde Latacunga hasta la laguna Quilotoa transcurre por una sinuosa carretera de 75 kilómetros, asfaltada hasta el punto de destino. Bordea el pueblo de Pujilí y, tras un buen tramo de curvas, llega hasta Tigua. El camino sigue hasta la comunidad de Zumbagua para llegar hasta la comunidad de Quilotoa. La carretera llega hasta un parquing que se encuentra a escasos metros del mirador de Quilotoa, el punto donde empieza el descenso al cráter del volcán. La caminata puede durar entre una hora y una hora y media.
DÓNDE DORMIR
Para dormir en camper, cualquiera de las comunidades es tranquila. Nosotros optamos por dormir en las afueras de Tigua, en frente de la escuela, un punto especialmente agradable.
Los pueblecitos y comunidades que encuentras por el camino también ofrecen diferentes tipos de alojamiento, de manera que se puede dormir en las comunidades de Tigua, Zumbagua o Quilotoa, donde también hay varias opciones de restauración. Una buena opción es acampar en la misma laguna, donde es permitido pernoctar. Sólo hay que llevar la tienda de campaña y el saco de dormir.
QUÉ HACER EN LA LAGUNA QUILOTOA
Personalmente, optamos por hacer una corta caminata por la base del cráter hasta llegar a una tranquila cala donde relajarnos, pero en la laguna se ofrecen algunos servicios, como kayak, senderimo, cabalgata y rodeo de altura.
EL CIRCUITO DEL QUILOTOA
El circuito del Quilotoa empieza en Latacunga y recorre varias comunidades andinas, pasando por sinuosas carreteras y paisajes de alta montaña.
Latacunga es la población más grande del circuito y tiene algunas iglesias que vale la pena visitar. En unos pocos kilómetros se llega hasta Saquisilí, un pueblecito famoso por el mercado de los jueves, donde los visitantes se mezclan con los comerciantes, que venden desde alimentos y animales hasta artesanías. Tigua destaca por sus pinturas, que se pueden ver en una galería situada a la entrada del pueblo. Varias familias se han dedicado a la pintura de vivos colores en cuadros, cajas y hasta tambores. También son especialistas en la pintura de bellas máscaras con formas de animales.
La comunidad de Quilotoa son cuatro casas que han prosperado con el turismo, aumentando de esta manera la oferta de hoteles y restaurantes a pie de la laguna. La mayoría de opciones para dormir son baratas, pero poco agradables. Siguiendo la ruta hacia el norte se llega hasta Chugchilán, desde donde se pueden realizar varias caminatas y cabalgatas por los alrededores. La última parada antes de regresar a Latacunga puede ser Sigchos, que cuenta con varias opciones de alojamiento y una agradable plaza.