Durante los tres años y medio que llevamos viajando por Sudamérica hemos confirmado, una y otra vez, que el mundo está lleno de buena gente, que finalmente son la gran mayoría. No obstante, hay anécdotas que nos recuerdan que también hay aprovechados en todas partes y que, de alguna manera, hay que estar siempre con la intuición a punto para detectar estas situaciones.
Llevábamos más de dos semanas con la furgoneta negándose a ponerse en marcha y ya habíamos pasado por dos mecánicos sin que ninguno de ellos consiguiera resucitar a la Saioneta. En lugar de resolver los problemas que teníamos, en los últimos días la situación de la furgo había empeorado. Y la nuestra también.
El último taller que escogimos para que nos arreglara la furgo no sólo nos intentó cobrar el doble de lo que tocaba para poner la correa a tiempo y hacer una reparación que resultó ser innecesaria -desmontar y revisar una culata que finalmente estaba funcionando de forma correcta- sino que además nos entregaron un vehículo que seguía sin arrancar. Por si eso fuera poco, nos habían perdido la tapa de la correa de accesorios y el piloto del airbag aparecía encendido desde que la furgoneta pasó por aquel taller de Barrio Triste.
Las horas posteriores a la recepción del vehículo fueron de resignación, de rabia y de bastantes nervios. Teníamos que buscar la manera de arreglar la Saioneta, pero sabíamos que volver al mismo taller y pedirles que nos la recibieran en garantía no sería una buena opción. Si antes de pagarles habían demostrado una total incompetencia, además de querer cobrarnos de más, ahora que ya les habíamos pagado sería demasiado optimista pensar que harían un buen trabajo. Nos tocaba tragarnos la mala elección y buscar un buen profesional que consiguiera arrancar nuestro vehículo.
Pero no teníamos ni idea de dónde encontrarlo. En Colombia no se fabricó nuestro modelo, y además la Volkswagen es una marca relativamente nueva, de manera que encontrar mecánicos que te reciban conociendo el vehículo que tienen delante es prácticamente imposible. Además, nos encontrábamos con la incertidumbre de si en el anterior taller habían podido dejar alguna conexión mal puesta, ya que la furgo había pasado por diferentes mecánicos sin que ninguno de ellos fuera especialista en la parte eléctrica: Uno la desmontó, otro revisó la culata y un tercero la volvió a montar.
Aconsejados por el amigo de nuestro anfitrión en Medellín, fuimos a parar hasta otro mecánico de confianza, que nos detectó por primera vez un problema eléctrico. El chico nos cambió el fusible de las bujías de precalentamiento, donde no llegaba la electricidad, y encontró el corto, o al menos eso era lo que pensábamos cuando salimos del taller.
En contrapartida, siguió encontrando algunas fallas. La furgoneta lanzaba un humo sospechoso cuando se ponía en marcha, la bomba del combustible parecía que no acababa de funcionar bien y estaba entrando aire en el sistema de combustible. Había que revisar la bomba, pero era una reparación de la que no se podían hacer cargo en ese momento.
Insistí una y otra vez para que me revisaran el problema y poder cerrar de una vez esa odisea mecánica, pero no hubo manera, así que acabé desistiendo. Arrancamos dejando una humareda negra detrás de nosotros y volvimos a aparcar en frente de la casa de nuestros amigos del barrio Laureles.
Teóricamente, después de encontrar el cortocircuito y cambiar el fusible, la furgo debería de arrancar. Pero yo tenía mis dudas de que realmente se pusiera en marcha en frío. Al día siguiente, mis peores presagios se hicieron realidad, y la furgo se negó a arrancar de nuevo.
Llevábamos tres mecánicos y dos grúas. Y la Saioneta seguía sin vida.
Ya sin saber dónde más ir, decidimos pasar por un concesionario Volkswagen, donde nos confirmaron que nunca jamás habían visto una furgoneta como la nuestra. Viendo nuestro estado de zozobra, que cada vez iba en aumento, nos recomendaron el lugar donde ellos llevan los vehículos para revisarles el motor y la bomba, en el barrio Industriales: el taller Turbo Diesel. Tendríamos que volver a empezar desde cero.
Cuando llegamos para pedir un presupuesto, nos recibieron diciéndonos que a los concesionarios les cobraban una cifra inasumible para nosotros, únicamente para hacerles el diagnóstico. No sé si fue el rollo que les dejé ir o la cara de desesperación de Marta. El caso es que pactamos que, si no se complicaba la cosa, nos harían la revisión y las reparaciones básicas por una cifra no superior a los 300.000 pesos, cerca de 100 euros. «Ojalá no pase de las reparaciones básicas», decíamos con Marta.
«Aquí somos especialistas en motores, y ya hemos arreglado bastantes vehículos que venían de otros talleres donde no sabían por donde agarrarlos, así que si no te lo arreglamos aquí no te lo arreglaran en ningún lugar», nos decía entre sonrisas el chico que nos había recibido, mientras nosotros lo mirábamos sin saber si reír o llorar.
En los primeros días hicieron la prueba de compresión y analizaron que todo estuviera bien en la culata. Volvieron a poner a tiempo el sistema de correas y nada. El motor parecía que estaba perfecto, pero la furgo seguía sin arrancar.
Tras revisar todo el sistema, encontraron un problema en la bomba, y nos hicieron un presupuesto de 1,1 millón de pesos en total, unos 300 euros. Económicamente, para nosotros era una ruina, pero si al menos servía para seguir adelante, teníamos que asumir esa suma. Desmontaron la bomba, arreglaron algunas piezas y cambiaron otras. Volvieron a montarla. Y nada. Ahora la bomba funcionaba perfectamente, pero la furgo seguía sin arrancar.
«Será que tiene que llenarse todo el sistema de combustible y el filtro», nos decían los mecánicos, pero internamente sabíamos que no sería ese el problema. Había alguna otra cosa que se nos escapaba y teníamos que encontrarla si queríamos seguir nuestra ruta. Además, el tiempo iba corriendo y cada vez estábamos más cerca de agotar el permiso de inmigración para estar en Colombia.
Cuando volvimos al taller habían desmontado toda la furgoneta otra vez. El radiador volvía a estar desmontado y podíamos ver de nuevo el interior de la Saioneta. Finalmente, detectaron que había un problema eléctrico. Los cables que van a las bujías de precalentamiento estaban quemados y cuatro de los cinco calentadores habían dejado de funcionar.
En ese momento, temimos que pasara como la última vez: que nos dijeran que ellos no eran especialistas en la parte eléctrica y nos volviéramos a encontrar de patitas en la calle. Pero, por suerte, esta vez no fue así. El encargado del taller, el señor Juan, me comentó que tenían a un eléctrico de confianza, pero también nos avisó que costaba concretar una cita con él, ya que era «un poco berraco».
Eso sí. Nos aseguró que de allí saldríamos con la furgo funcionando, y eso nos dio ánimos. Por primera vez desde hacía semanas, empezamos a tener el convencimiento de que habíamos ido a parar al lugar correcto.
Pero no sería tan fácil. Durante toda la semana, estuvimos esperando que viniera el electricomecánico y empezamos a buscar, sin éxito, los calentadores de la furgo, hasta llegar a la conclusión de que no se podían encontrar en Medellín. Por suerte, en siete días estaba llegando mi madre y la tía de Marta para conocer el país durante dos semanas, de manera que nos podrían traer las piezas que nos hacían falta: los cinco calentadores y el temporizador del sistema de precalentamiento.
El tiempo seguía corriendo y la furgo continuaba como siempre. Ya llevábamos un mes sin poder arrancarla. En ese momento pensaba que deberíamos afrontar un auténtico contrarreloj, ya que dos semanas después de que marchara la familia, tendríamos que abandonar el país con la furgo, coincidiendo con el final del permiso de importación temporal por turismo. Pero al menos en el taller tendrían los 15 días que estuviéramos viajando con la familia de margen para poder solucionar la falla eléctrica.
En el transcurso de esa semana, en una tarde lluviosa, mientras paseábamos por el barrio de Poblado cuando ya había caído la noche, presenciamos un fuerte accidente a escasos dos metros de nosotros. Fue en un cruce con poca visibilidad. Un motorista se pasó un stop y chocó contra un coche que cruzaba por el otro carril. Como resultado, la moto y el motorista salieron volando por encima del vehículo y el chico se quedó tirado, inmóbil, en el asfalto.
La reacción de Marta fue acercarse hasta el chico corriendo, pensando que había muerto. Cuando le preguntó si estaba bien, hizo que sí con la cabeza, y Marta respiró, aliviada. A pesar de quedarse quieto, iba respondiendo con gestos y palabras a todas las preguntas que le hacíamos. Poco a poco, el cruce se fue llenando de gente que fue a auxiliar al motorista, mientras la conductora del coche, una chica joven, no acababa de salir de su estado de shock y lloraba sin parar.
Finalmente, parece que todo se quedó en el susto. El chico confirmó que se encontraba bien, mientras sonaba la ambulancia que lo venía a recoger y la chica se iba calmando de forma progresiva. Nosotros seguimos el camino hacia el metro, pensando que la vida es un instante, un insignificante punto en el universo infinito. Y en un instante, puede escaparse. Posiblemente, si el motorista no hubiese llevado casco, no habría respondido a nuestras preguntas y habría entrado en una ambulancia envuelto en una tela para muertos.
Pensé que la vida es demasiado corta para malgastarla o para no hacer lo que te hace feliz. Y confirmé, una vez más, que a pesar de las dificultades mecánicas o del tipo que sean, estamos haciendo lo que realmente queremos, lo que nos hace felices: viajar por el mundo conociendo nuevos países y culturas.
– Debemos relajarnos y esperar que arreglen la furgoneta para seguir disfrutándola- le digo a Marta mientras la abrazo con fuerza, convencido de que todo pasa por alguna razón y que nada podrá parar nuestro sueño de vivir viajando.
Finalmente, llegó la familia, con las piezas que nos faltaban para poder seguir con las reparaciones, esperando que, ahora sí, acertasen en el taller el problema que tiene la furgo. Mientras estuvimos con ellas recorriendo Antioquia, el Caribe y Bogotá, contactamos varias veces con la gente de Turbo Diesel. Primero el electromecánico no había encontrado el momento de pasarse por el taller. Y después tenían un problema con el temporizador que no acabamos de entender por teléfono.
Después de dos semanas de vacaciones volvíamos a Medellin para afrontar de nuevo las reparaciones de nuestra Saioneta. Allí fue cuando entendimos la razón por la que la Saioneta se negaba a ponerse en marcha. Y, de paso, seguimos aprendiendo un poco de mecánica.
La furgo tiene un relé o temporizador que, cuando pones el contacto, envía corriente eléctrica a los calentadores durante unos segundos para calentar el sistema y habilitar que el vehículo se ponga en marcha en frío. Pues ese relé se estropeó y, una vez prendida la Saioneta, los calentadores no paraban de calentarse, así que en poco tiempo se fundieron cuatro de los cinco, haciendo imposible su puesta en marcha en frío.
De manera que cuando volvimos del viaje con la familia, parecía que la furgo ya se ponía en marcha, pero el relé de los calentadores tardaba más de la cuenta en desconectarse. Exactamente, tarda 32 segundos si dejas el contacto puesto sin prender el vehículo. Sólo cuando el mecánico nos convenció de que el tiempo de margen era suficiente para que no se dañaran los calentadores, accedimos a salir a probar la furgoneta.
Pero todavía nos encontraríamos con una sorpresa más. Cuando salimos, se queda encendido el piloto de la batería, cosa que no había hecho nunca antes, y nos damos cuenta de que la segunda batería sale como si estuviera desconectada.
El mecánico nos dijo que podría haber algún problema con el alternador, y yo me quería morir. No me lo podía creer. Una reparación nueva a estas alturas sería lo más desmoralizante que podía haber. Nuestra cuenta corriente se había visto bastante reducida en las últimas semanas por las sucesivas reparaciones, y nuestros ánimos cada vez estaban más por los suelos, como para tener que arreglar ahora también el alternador!
De todas formas, el mecánico nos comentó que hay una manera de comprobar si el alternador está fallando, y cuando se dispuso a hacer la prueba se encontró con que… uno de los cables que va al alternador estaba desconectado! Tras conectarlo, todas las baterías volvieron a su funcionamiento normal y la luz del piloto despareció.
Ahora sí. Pagamos 300.000 pesos al electromecánico y el millón de pesos a Turbo Diesel, y salimos con la furgo. Recorremos unos metros y nos encontramos con otra novedad: el cuentakilómetros se ha parado y el velocímetro se queda a cero a pesar de estar en movimiento… Se ha quedado parado en los 284.464 kilómetros.
Marta propone marchar sin arreglar el cuentakilómetros, pues parece que Medellín nos esté abduciendo a través de los mecánicos. Y además, lo importante es que después de pasar por 5 mecánicos y 3 grúas la furgo ya prende. Ya podemos salir a la ruta!
Paralelamente, conseguimos el permiso para dejar la furgoneta en Colombia durante tres meses más, mientras que nosotros, que no conseguimos prorrogar nuestro permiso para permanecer más tiempo en el país, decidimos viajar a Venezuela como mochileros durante tres meses.
Un amigo que tiene un parking cerrado en un pueblo cercano al aeropuerto nos presta una plaza para que dejemos la furgoneta el tiempo que queramos. Así que la dejamos allí, le desconectamos las baterías y sólo esperamos que cuando volvamos, en tres meses, siga poniéndose en marcha como lo hizo el día que la dejamos en ese parking. Ya os explicaremos el último capítulo de esta historia cuando volvamos a Colombia, a principios del 2016.
Clica aquí para leer la primera parte de esta historia.
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4 comentarios en “El día que la Saioneta dijo basta (3/3)”
Hola Vito! Qué bueno saber de ti de nuevo.
La verdad es que finalmente poco tenía que ver con el motor, sino con la parte eléctrica. El motor parece que estaba funcionando correctamente, si no fuera porque la correa de distribución se corrió dos dientes. Así que esperemos que aguante todavía todos esos kilómetros.
Lo que no hay duda es que viajar con una furgoneta importada y sin que se haya fabricado en la región por donde viajas es el mayor inconveniente mecánico de toda esta historia, aunque finalmente siempre acabas encontrando alguna alternativa para seguir la ruta.
Un gran abrazo y gracias por los ánimos, amigo Vito!!!
Que odisea tan grande han pasado con eso de la descompostura se la Saioneta, yo pensaba que los motores diesel aguantaban 1000, 000 de km.
Tengo la duda si es mas confiable un motor 1600 de VW que en cualquier parte te lo pueden reparar, o motores mas sofisticados que solo mecánicos especializados los conocen, yo he pasado con contratiempos similares en viaje a Orlando Fla. Pero con la falla de un alternador, solamente, en ese entonces tenía una VW Combi Caravelle 1992 con motor enfriado por agua 1800, en USA no se comercializaron este tipo de Combis, finalmente compre uno de Golf que se adaptó perfectamente, los entiedo por lo que han pasado, mucha suerte y los seguimos esperando en México
Hola Jaume! Finalment, sembla que tot es va anar arreglant. Aviam a la tornada. Una abraçada molt gran també per a tu i la família!!!
Hola parella!!!!!!!!! caram quina odisea tot plegat,baya tela per tot el que heu pasat,men alegro que ja funcioni,i desdes catalunya creuem els dits ,per que quan torneu al primer cop de clau es posi en marcha,un saludo i una abraçada de les meves!