Dormir en la selva es toda una experiencia. Un barullo continuo de centenares de animales desconocidos te rodea. La amalgama de sonidos es tan compleja que es casi imposible distinguir entre uno y otro. Sobretodo al principio. Es un sonido constante. Infinito. A veces, un ruido destaca sobre el resto, o la serenata se anima de repente. Después de unos minutos, todo vuelve a la normalidad…
En la jungla no existe el silencio, pero el murmullo amazónico invita a relajarse. Entre la tupida vegetación no hay lugar para el vacío, pero inspira una calma inusual para el visitante que está acostumbrado a la civilización. Claro, siempre que no haya una pareja de papagayos flirteando sobre una palmera o un grupo de simios cruzando por las copas de los árboles.
La sensación es especialmente paradójica cuando las sombras lo cubren todo. Allá fuera los depredadores buscan el momento de caer encima de sus presas, mientras los animales más débiles observan, expectantes, para procurarse un día más de vida. Mientras tanto, en la habitación de la cabaña, los sonidos de la selva todo lo tapan, e invitan a dormir, a descansar y reponer fuerzas para la excursión del día siguiente.
Durante una semana entera, hemos podido disfrutar de la selva amazónica boliviana de la mano de Madidi Jungle, un emprendimiento comunitario llevado por tres familias de la comunidad de San Juan de Uchipiamonas. No podía haber mejor manera de conocer el parque nacional Madidi y a la vez descubrir esta interesante propuesta ecoturística, que contribuye al desarrollo y a la ocupación laboral de la región.
El ecolodge se encuentra a tres horas en canoa desde Rurrenabaque, la población de entrada a la selva boliviana. Poco antes de llegar, hacemos una parada para ver un lugar muy especial: la montaña con más nidos de papagayos de toda la reserva natural. Unos minutos antes de llegar ya puedes escuchar los gritos de estas aves coloridas. Cuando llegas los puedes ver en los agujeros de la roca, juntos en parejas. Y si alguno de ellos decide ponerse a volar dejando sola a la pareja, esta empieza a chillar, hasta que se reencuentran de nuevo.
En el ecolodge todo es tranquilidad y naturaleza en estado puro. Mientras nos balanceamos en la hamaca que hay fuera de la habitación, un grupo de monos capuchinos se hacen notar mientras saltan de árbol en árbol justo delante de nosotros. Nunca pensábamos que podríamos ver esta estampa echados desde una hamaca! Mientras tanto, los tucanes se comunican con sus sonidos, las pavas revolotean sus escandalosas alas y escuchamos un escándalo detrás nuestro. Son una pareja de papagayos que disfrutan de la entrada de la primavera.
Es imposible saber el nombre de todos los pájaros que nos rodean, así que nos divertimos inventándonos los nombres. A ese que canta como una burbuja que sale del agua le llamamos el pájaro burbuja, y después descubrimos que se trata de la oropéndola. El pájaro persiana, con un canto que se parece a una persiana eléctrica que se ha estropeado. O el pájaro contador de personas, porque cada vez que pasas por delante de él hace un ‘chip-chip’ eléctrico como cuando alguien entra en una tienda.
Cada día aprendemos alguna cosa nueva en la selva. Aprendemos las especies de algunos de los animales que habíamos bautizado con nombre ficticios, conocemos los diversos tipus de simios, y las propiedades de las plantes medicinales y los hongos que aparecen entre los árboles…
También hemos aprendido alguna cosa sobre los coloridos papagayos. Se trata de uno de los animales más fieles de la selva, y llevan la monogamia hasta los extremos más insospechados. Cuando han encontrado pareja, el papagayo ya no se separa de su amada o amado hasta que uno de los dos fallece. Después se queda solo, sin opción de emparejarse de nuevo. Tal vez por eso cuando uno de los dos marcha volando, el otro, en su espera, lo llama desesperadamente, por si no vuelve al nido y se queda eternamente en soledad.