En los últimos días hemos estado en la Chapada Diamantina, en el interior de Bahía, Brasil, uno de esos lugares que desprenden una energía especial; una tierra regada por las aguas de ríos que forman una interminable serie de cascadas, grutas y piscinas naturales.
Después de visitar el pozo azul -una gruta que forma una piscina natural donde entran los rayos del sol, dejando un espectáculo de reflejos y colores azulados- nos encontramos con una sorpresa en el camino de arena que va hacia Lençóis, donde estábamos hospedados en un camping.
En el medio del camino nos encontramos con un coche atrotinado que nos impide el paso. Paramos y salimos para ver qué pasa. Unos metros más adelante vemos dos camiones colocados uno al lado del otro, bloqueando de nuevo la ruta.
Un hombre se acerca hasta el coche y nos explica que se ha quedado allí parado por un problema con el arranque, y que más adelante hay un camión con la carga llena de botellas de cerveza que no puede continuar su ruta porque le están patinando las ruedas.
De forma instintiva, Marta agarra la cámara de vídeo y se va hacia allá para filmar la situación. Unos minutos más tarde, después de intercambiar algunas palabras más con el dueño del coche, llego hasta un grupo de cinco personas que se han agolpado alrededor del camión. Pregunto si puedo ayudar de alguna manera, pero creo que ni ellos saben cómo puedo ayudarles.
Los otros dos camioneros proponen que se deje caer el camión hasta la curva más cercana para dejar el paso libre y, al menos, dejar pasar al resto de vehículos que esperan en la carretera. Pero el conductor del camión que está parado argumenta que también tiene un problema en los frenos y que no se la quiere jugar.
“La solución es ir a buscar un tractor y que nos remolque para poder salir de aquí”, me explica uno de los chicos que va en el vehículo. De repente, todos empiezan a sacar arena de debajo de las ruedas con lo que encuentran a su alrededor: un palo, un trozo de cartón o con los pies.
Mientras uno de ellos ata el cabo de una cuerda a los bajos del camión para remolcarlo llega un chico con una azada diciendo que ya llega el tractor y todos ríen. El tractor no va a llegar. Uno propone estirar todos de la cuerda y el resto se ríen y le hacen bromas. Pero finalmente va a ser la solución definitiva y más rápida para desatascar el vehículo.
Todos los chicos que van en el camión y el propietario del auto estropeado agarran la cuerda, como hacíamos cuando éramos pequeños y jugábamos a ver qué grupo tiene más fuerza. La diferencia es que en este caso hay gente a un lado y un camión de nosecuantas toneladas en frente.
Voy corriendo para ayudar a estirar. No quiero perderme la competición. El conductor pone el vehículo en marcha y acelera, mientras nosotros empezamos a estirar con todas las fuerzas. Primero parece que no tira, pero finalmente va saliendo de los agujeros que se habían formado en el suelo.
Damos una última estirada y el camión ya está fuera. Ya está circulando. Los gestos de alegría son evidentes en todo el grupo. Después de juntar esfuerzos, podemos continuar la ruta. “Obrigado pela força”, nos agradece uno de los compañeros improvisados. Sin duda, la cueva valió la pena, pero la experiencia de ayudar a sacar un camión de la carretera de arena estirando una cuerda fue lo mejor del día.