Tras pagar 1.000 pesos chilenos -algo menos de dos euros- para ducharnos con agua fría en unos baños mugrientos del puerto pesquero de Valparaíso, aprovechamos para comprar reineta acabada de pescar. Hoy almorzaremos pescado fresco, el más fresco posible, para compensar esa ducha obligada, tras algunos días sin encontrar ningún baño con agua caliente. Lo que desconocemos es que antes de volver a la Saioneta vamos a presenciar el almuerzo más salvaje de nuestro viaje.
Mientras charlaba con el pescador que nos vendía la reineta, en una conversación que empezaba a tener los segundos contados, cuando el vendedor empezó a defender el legado del dictador Pinochet, Marta grita emocionada: «Hay un lobo marino enorme en la playa». La excusa perfecta para cortar el incómodo diálogo y marchar hacia la parte de detrás del puesto.
Un seboso macho de lobo marino, con un ojo medio cerrado y una herida todavía abierta en el costado, posiblemente como consecuencia de una pelea con otro animal, nos observa a escasos metros. La mole no está allí de forma casual. Está a punto de llegar la hora del almuerzo de los lobos marinos. Nos dirigimos hacia el muelle, donde se agolpan decenas de sus compañeros, esperando que los pescadores les lancen las sobras de pescado.
Se trata de una relación simbiótica entre el hombre y los animales. El pescador se saca de encima los restos de sus capturas y las devuelve al mar, donde los lobos marinos y el resto de especies que se mueven por la costa, se encargan de substituir al barrendero, a la vez que se pegan su gran festín diario. Ansiosos, esperan que les lancen una nueva ración de pescado, dispuestos a pelearse por cualquier pedazo que caiga en sus dominios.
Un hombre llega con un bidón lleno de los suculentos restos y los lanza al mar. Empieza el espectáculo. Las fuerzas de la naturaleza explotan cuando el hombre le devuelve al mar lo que le pertenece.
Una masa marrón se concentra en el punto donde han caído las sobras, en un remolino de lobos marinos que luchan por un pedazo de reineta, mientras cientos de gaviotas y pelícanos los sobrevuelan, ansiosos, esperando su turno. Es la pugna por la supervivencia, la supremacía del más fuerte… Finalmente, sin duda, la ducha helada en esos baños roñosos valió la pena.