Miro a mi alrededor y veo una imagen que me hace pensar en tiempos remotos. Antes de que los seres humanos se impusieran sobre el destino del resto de especies que habitan el planeta. Los lobos marinos de Galápagos no dejan indiferente a nadie.
Cierro los ojos… las bestias aúllan mientras las olas del Pacífico llegan, tranquilas, hasta la isla de San Cristóbal.
El viento me hace llegar un aroma particular. El olor que desprenden es fuerte. Pero en la naturaleza todo tiene un porqué. Es la manera que tienen los lobos marinos de identificarse a la distancia. También es la razón por la que no puedes tocar a las crías. La mezcla de olores podría terminar con un final trágico, ya que los padres rechazan a sus hijos cuando les llega una sensación extraña a su olfato.
Algunas crías gritan desconsoladamente, como pidiendo auxilio tras ser abandonados por su familia.
Vuelvo a abrir los ojos. Centenares de lobos marinos descansan en la playa de Puerto Baquerizo Moreno, ajenos a mi presencia y a la de algunos otros turistas que han optado por visitar el archipiélago de Galápagos por libre en lugar de venir con tours organizados o con un crucero all included. Bueno, en realidad no lo incluye todo.
Los últimos rayos de sol tiñen las pieles de los animales de un color anaranjado. Uno de los pequeños busca las tetas de su madre y se alimenta ruidosamente, mientras ella se queja dándole un golpe de aleta, harta del insaciable hambre de la cría. Al fondo, un macho enorme masculla, después de que un compañero le haya pasado por encima con todo su peso. Y todos empiezan a emitir ruidos al unísono.
Una cría pequeña, escuálida, se cuela entre los cuerpos de los lobos adultos. Divaga entre el resto de animales y acaba acurrucándose con un grupo de crías que se han juntado en un lado de la playa.
Realmente, cuesta creer que todavía haya lugares en el mundo donde podamos encontrar este espectáculo de la naturaleza. Especialmente, tratándose de un punto donde los animales conviven diariamente con las personas. Precisamente, la historia de Galápagos ha estado teñida de sangre y de ambiciones desmedidas, hasta que alguien pensó que la protección del medio ambiente podía ser una buena fuente de ingresos, sin necesidad de ir extinguiendo especies.
¿O se trataría de un acto desinteresado, con fines meramente proteccionistas? ¿Será que, finalmente, todo se reduce a lo mismo?
Sea como sea, en tan sólo tres días, nuestro paso por Galápagos nos ha permitido cumplir algunos de nuestros deseos que, hasta ahora, sólo habíamos vivido en nuestros mejores sueños.
Paseando por las playas de San Cristóbal nos topamos con un grupo de lobos marinos que descansan sin tregua. El padre se levanta cuando pasamos por delante. Comprueba que no somos un peligro y continua durmiendo, como si nada.
Nos colocamos a un metro de distancia para no molestarlos. Les hacemos fotografías. Miramos como duermen y nos alegramos de estar donde estamos, de haber optado por vivir viajando, de haber escogido una existencia un poco más libre.
De repente uno de los pequeños lobos marinos de Galápagos se acerca a la cámara de vídeo que hemos dejado encima de la mochila para grabarles, hasta colocarse justo al lado. Además de perezosos, los lobos marinos son muy curiosos. Así que los demás lo siguen y se van colocando escalonadamente a dormir.
Sin pensarlo demasiado, me coloco estirado al lado del último. Marta pone en marcha el temporizador de la cámara de fotos y se coloca a mi lado. ¡Clic! Nuestras sonrisas lo dicen todo.
Pero lo mejor todavía está por llegar.
Las tres crías se van hacia el mar, a jugar al lado de las rocas. Y nosotros, detrás. Nos ponemos las gafas de agua y el tubo y nos sumergimos con ellos.
Es increíble poderte bañar con las crías de los lobos marinos. Durante más de diez minutos pierdo el mundo de vista y persigo a los pequeños en un no parar de idas y venidas, de volteretas, de entradas y salidas del agua. Las crías de lobos marinos de Galápagos son felices con sus juegos acuáticos. Y nosotros también. Por un momento, casi nos convertimos en uno más, aunque un poco más patosos, ahora que estamos en su medio preferido.
Son bien curiosos, y rápidamente nos aceptan como compañeros de juegos. Vienen a mirarte con sus ojos vidriosos y vuelven a perseguirse. Me doy la vuelta y aprovechan para tocarme por detrás. Me siento como si volviera a tener 4 años y estuviera jugando con mis amigos en el patio de la guardería.
Juego con ellos hasta que veo un cuerpo peludo de más de un metro y medio de largo. Es el padre, o la madre, que viene a buscarlos. Por un momento, dudo de si podrá ser agresivo porque un intruso juega con sus hijos. Pero pasa de largo, con los tres pequeños detrás. Se acabó la hora del juego… hasta mañana.
2 comentarios en “Jugando con lobos marinos en Galápagos”
Moltes gràcies company. Una abraçada!!!
Quina passada d’experiència!
I quanta màgia té el relat… felicitats!