Algunos rincones del mundo desprenden una energía tan especial que es difícil pasearse por ellos sin notarla. En lugares como el Machu Pichhu, el turismo de masas se ha encargado de diluir ese misticismo, convirtiendo uno de los sitios arqueológicos más impresionantes del mundo en un parque temático dominado por las colas, las selfies y los ruidosos grupos organizados. No obstante, existe la posibilidad de disfrutar de la ciudadela más célebre del Perú en su plenitud y prácticamente en soledad. Os lo explicamos en este post sobre nuestras visitas al Machu Picchu.
El santuario sagrado del Machu Picchu no deja indiferente a nadie. Aunque su increíble poder de atracción deriva en actitudes encontradas. Durante los últimos años hemos conocido a gente que afirma haber vivido una de las experiencias más impresionantes de sus vidas en su paso por la ciudad inca, mientras que otros han marchado inmersos en un sentimiento de insatisfacción. Y es que, más allá de los muchos turistas ávidos de fotografías y de las dispares explicaciones de los guías turísticos, otros tantos viajeros llegamos a la ciudadela buscando una atmósfera que no siempre es fácil de encontrar.
Asi nos sucedió la primera vez que visitamos el Machu Picchu. Nos despertamos temprano para llegar a la estación de autobuses a las 5 de la madrugada, con la esperanza de ser de los primeros en entrar a la ciudad inca, ya que nos habían informado de que el primer bus salía a las 5.30. Pero más de un centenar de turistas ya se amontonaban en la cola, bajo una lluvia que no cesó hasta que llegamos al santuario, velado por una densa capa de niebla que fue desapareciendo conforme fue despuntando el día.
Si bien quedamos impresionados por el contexto natural y la pétrea arquitectura inca que se alzaban ante nosotros, la experiencia nos dejó un regusto agridulce. Las hordas de turistas fueron abarrotando el lugar desde nuestra llegada, mientras los vigilantes se hartaban de hacer soplar su silbato por todo. Le pitaban a un turista que se sentaba en uno de los muros. A una pareja que saltaba para hacerse una foto y a otra más allá que sacaba un bocadillo para almorzar.
Cuando intentamos sacar una pancarta para dedicarle una foto a un amigo que siempre había querido visitar la ciudadela, el silbato nos llegó a nosotros, ya que parece ser que mostrar pancartas en el Machu Picchu atenta también contra los sagrados cimientos del lugar. Finalmente, nos hicimos la foto y guardamos la cartulina. Hartos de silbatos, prohibiciones y masificaciones, decidimos marchar al mediodía, poco después de que los visitantes que venían en tren desde Cusco terminasen de invadir el lugar.
En los dos años posteriores de viaje, sentimos la energía que vinimos buscando aquí en otros centros arqueológicos mucho menos famosos, y por lo tanto menos masificados. Como en la Ciudad Perdida de la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia, o en a ciudadela de Kuélap, en el norte de Perú, que sin duda experimentará un boom turístico en los próximos años con la inminente inauguración del teleférico.
Recientemente volvimos al Machu Pichhu, esta vez acompañando a mi hermana y su novio, que nos vinieron a visitar al Perú y querían conocer su destino turístico más celebre. Tras cinco días de conducción en la Saioneta -tres para llegar de Lima a Cusco y dos más para recorrer el Valle Sagrado-, volvimos a viajar hasta la hidroeléctrica de Santa Teresa por libre para llegar hasta el Machu Picchu en una caminata de dos horas por las vías del tren.
Dormimos en uno de los muchos hoteles de Aguas Calientes y al día siguiente, sabiendo que a quien madruga dios le ayuda, esta vez nos plantamos en la estación de autobuses a las 3.45 de la madrugada. Llegué pensando que ya habría la cola montada, pero únicamente me encontré con una pareja que esperaba sentada en un banco. Una hora y tres cuartos después, partíamos hacia la más famosa ciudadela inca en el primer bus, mientras las primeras luces del día empezaban a dejar entrever las cadenas montañosas que rodean el lugar.
Tras presentar el ticket en la entrada, subimos hasta la casa del vigilante con un puñado de visitantes para tomar algunas fotografías panorámicas de la ciudadela sin nadie. Ni tan sólo el sol había hecho todavía acto de presencia. Sin pensarlo dos veces nos fuimos a pasear por las calles de la antigua ciudad inca.
Anduvimos solos por la plaza de los templos y nos plantamos con la única compañía del viento delante del Intihuatana, uno de los símbolos más sagrados de los incas. Por un momento escuchamos el silbato de uno de los vigilantes, que volvió a hacer silencio tras amonestar a unos viajeros que se nos habían avanzado en su particular visita privada del lugar.
Finalmente, llegamos al patio que hay en frente de las Tres Portadas, donde esperamos la salida del sol. El primer rayo se coló por encima del pico del Guayna Picchu, que se fue iluminando paulatinamente hasta expandirse por todos los rincones de la ciudadela, mientras hacíamos algunas posturas de yoga para darle la bienvenida al nuevo día.
Venerando al sol en el Machu Picchu
La salida del sol es uno de los momentos más especiales que el santuario histórico nos regala todas las mañanas que la neblina lo permite. Los incas se encargaron de construir una ciudad orientada hacia el astro rey, el Inti, al que adoraban con gran veneración. El sitio arqueológico del Machupichhu conserva decenas de referencias al sol. Como el Intihuatana -en quechua, «donde se amarra el sol»-, una escultura tallada en piedra que servía a los incas como instrumento para medir el tiempo y como altar sagrado. O el Templo del Sol, donde dispusieron las ventanas de tal manera que se pudiera ver la salida del astro rey en los solsticios de verano y de invierno.
Dos horas más tarde, las instalaciones de la ciudadela inca se encontraban abarrotadas por los grupos organizados, que fueron ocupando los diversos espacios y desplazando el silencio que había reinado el lugar hasta entonces. Sin duda, madrugar para asegurarse un lugar en el primer bus que sale hacia el Machu Picchu tiene una gran recompensa. Otra opción pasa por esperar a que los grupos organizados marchen para disfrutar de la puesta de sol con mucha menos gente.
En todo caso, si lo que buscas es captar la energía del Machu Picchu, merece la pena el madrugón para observar en soledad cómo aparece el astro rey y sentir el privilegio de pasearte por uno de los lugares más turísticos del mundo en soledad.
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