Catarata Gocta, más allá de la leyenda de la sirena

En el corazón del territorio de los Chachapoyas, la civilización que dominó el nordeste del Perú antes de la llegada de los Incas a esta zona, las aguas de una imponente cascada se pierden en la inmensidad de la selva. Con sus dos caídas y sus 771 metros de altura, la catarata Gocta se ha convertido en uno de los principales atractivos de la zona con mayor proyección turística del Perú. Su auge turístico empezó hace tan sólo una década. Hoy descubrimos sus secretos de la mano de Telésforo, el guía que acompañó en 2006 al grupo de exploradores que colocó Gocta en el mapa turístico del país.

Nos despertamos temprano. Mucho más de lo habitual. Fuera de nuestra furgoneta vivienda reina la oscuridad. El silencio es prácticamente absoluto. A las 5 en punto, la llegada de nuestro guía rompe el silencio que nos envuelve. Unos cinco minutos más tarde estamos saliendo hacia la catarata desde el caserío de Cocachimba. Durante una hora caminamos rodeados de sombras, con la única iluminación de dos pequeñas linternas.

Protegida por la densa vegetación y por las supersticiones de la población local, la existencia de la catarata Gocta se ha mantenido silenciada prácticamente hasta nuestros días. ¿Qué misterios esconde esta cascada -o chorrera, como la llaman aquí- para que su existencia se haya mantenido en secreto tanto tiempo? En el camino aprovecho para conversar con Telésforo, que podría recorrer estos caminos con los ojos cerrados.

Desde su infancia, recuerda la chorrera como un lugar donde no debía ir. «Nuestros padres nos advertían que una enorme serpiente frecuentaba el primer salto y que sus aguas eran peligrosas», nos comenta nuestro guía mientras lo seguimos por la oscuridad, siguiendo el halo de luz de la linterna. Pero, posiblemente, lo que más temían era la presencia de la sirena. Cuenta la leyenda que un hombre desapareció entre las aguas de la catarata Gocta después de ser visto por última vez por su mujer en compañía de una sirena que custodiaba un tesoro.

Para mi sorpresa, Telésforo nos explica que el desaparecido fue un vecino de Cochachimba. Un poblador con nombre y apellido. Juan Mendoza. Además resultó ser familiar suyo. Es más. Mientras avanzamos por el camino, me asegura que recientemente un primo de su mujer llegó alterado a casa asegurando haber visto en las cercanías de la catarata «una persona con la parte de arriba con forma de mujer y la parte de abajo con forma de pez». Pronto percibo que, para Telésforo, la historia de la sirena no se trata de una simple leyenda.

-Así, ¿usted cree que realmente existe?, le pregunto mientras la claridad empieza a mostrar la densa vegetación que nos rodea.

-Como le dije, mi primo la vio con sus propios ojos- me responde, convencido.

– ¿Y no le da miedo acompañarnos, en solitario, hasta la cascada?

-Bueno, yo estoy viudo, así que, si me quiere llevar, ¡que me lleve!- me responde entre carcajadas.

Filmando al gallito de las rocas

Pero si nos despertamos tan pronto no fue para ver a la sirena. En realidad, madrugamos para encontrarnos con  otro fantástico habitante que frecuenta la zona antes de que el sol caliente demasiado. Se trata del ave nacional del Perú: el gallito de las rocas. De tamaño similar al de un gallo, pero con las plumas de color rojo intenso combinadas con negro en el caso de los machos y anaranjadas combinadas con grisáceas en el caso de las hembras, el gallito de roca tiene también una especie de cofia característica en la cabeza.

Escuchamos su peculiar sonido cuando llegamos al puente colgante que hay en el kilómetro 3 del camino hacia Gocta. Uno lo emite primero, cerca de donde estamos. Y otro responde a lo lejos. La oscuridad todavía no nos permite verlos, pero Marta saca la cámara para registrar los sonidos. Al cabo de unos minutos, únicamente alcanzamos a escuchar el canto de los otros pájaros. Así que Telésforo nos lleva hasta el albergue que hay unos metros más arriba en la montaña. «Van a ver cómo los acabamos viendo», nos asegura, tan convencido como de la existencia de la sirena.

Los acabamos viendo en el bosquecillo que hay en frente del albergue. Primero vemos dos o tres a un lado. Después vislumbramos tres o cuatro más que responden a escasos metros. El sonido que emiten es increíble. Y cuando cantan se tiran hacia adelante como para dar impulso a su señal. Telésforo nos explica que todos son machos, por su plumaje más rojizo. Los grabamos prácticamente durante una hora hasta que la luz es lo suficientemente buena para registrarlos con toda la nitidez que precisamos.

Llegando a la catarata Gocta

Y seguimos nuestro camino hacia la catarata Gocta. A diferencia de la primera vez que llegamos hasta aquí, el día es excelente. El cielo amaneció despejado y, con el paso de las horas, alcanzamos a observar la catarata Gocta iluminada por el sol. Los saltos de agua también están bien cambiados. Hace un año, eran dos torrentes desbordantes de agua. Hoy, desde la distancia, se perciben como dos finos hilos acuáticos que dan un suave masaje a las rocas al caer. Finalmente, llegamos hasta el anfiteatro que se forma alrededor de la cascada. A pesar de su menor caudal, aparece tan majestuosa como siempre.

Una caída mortal de 540 metros

– ¿Cuánto hace que estuvieron por aquí la última vez?- nos pregunta Telésforo al llegar a nuestro destino.

– Hará un año, aproximadamente- le respondo.

– Así, todavía no había sucedido lo del turista coreano.

– ¿Qué pasó con el coreano?- le pregunto, intrigado.

– Un grupo de turistas fueron con su respectivo guía por el camino que viene desde San Pablo hasta la parte superior del segundo salto. Dos de ellos, un alemán y un coreano, decidieron seguir por libre hasta el punto exacto donde cae el salto de agua. El turista coreano se acercó demasiado y se cayó desplomado. Encontraron su cuerpo en la laguna que se forma al pie de la catarata.

Por supuesto, los 540 metros de caída libre, que hacen de la catarata Gocta el quinto salto más elevado del mundo, fueron fatales para el turista coreano.

Cuando nos animamos a bajar hasta la base de la catarata, Telésforo nos dice que vayamos nosotros dos, que él nos espera donde estamos, unos cuantos metros más arriba. A diferencia de la primera vez, la reducción del caudal nos permite acercarnos hasta la laguna prácticamente sin mojarnos. Levanto la vista y quedo hipnotizado por el fluir de las aguas de la catarata Gocta. Mientras tanto, me pregunto si nuestro guía nos habrá dejado solos para respetar nuestra intimidad o si habrá preferido mantener una distancia prudencial de la catarata para no despertar de nuevo las leyendas que planean sobre una de las cascadas más bellas e intrigantes del mundo.

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4 comentarios en “Catarata Gocta, más allá de la leyenda de la sirena”

  1. Esto es como el eterno retorno! Desde que pasamos por primera vez ahora es visita casi obligada. Ahora sí, ya nos volvemos a Loja por la Balsa. ¿Recuerdan, no? Qué recuerdos, transitando por esos exuberantes caminos.
    Un fuerte abrazo para los cinco!!! Ya tenemos ganas de veros de nuevo!

    Un abrazo furgoadictos!!! Que alegría verles otra vez en Gocta!!!

  2. Sí Pepe. Toma nota porque se trata de una de las zonas más espectaculares del Perú, aunque no sea tan conocida como el valle sagrado y el Machu Picchu. En breve, estrenaremos un post más extenso sobre el territorio de los Chachapoyas.
    Un abrazo!!!

    Muy interesante la catarata, también los sarcófagos. Vamos tomando nota para nuestro próximo periplo.
    ¡Buen viaje!

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