Tras medio año sin sentir la brisa del mar, volvemos a pisar la arena de una playa. Retornamos al Pacífico con la emoción de quien nació y vivió frente al mar y estuvo lejos de la costa durante un largo período de tiempo, ansioso por recordar algunas de las sensaciones de su tierra a pesar de encontrarse a más de 10.000 kilómetros de distancia.
Subimos por unas rocas hasta un pequeño cerro partido en dos por una estrecha brecha, conectada por un rústico puente de madera. En el acantilado, cientos de zarcillos, unas simpáticas y coloridas aves endémicas de la zona, revolotean y se paran en el puente, a unos pocos metros de nosotros.
Durante horas, nos quedamos observando este espectáculo de la naturaleza. Algunos de los pájaros traen pequeños peces en su pico hasta los agujeros que forman las rocas para dar cobijo a las crías, en un rincón lo suficientemente alejado del hombre para poder seguir allí. Tomamos consciencia de estar en un lugar privilegiado, donde el desarrollo turístico de los últimos años todavía no ha malogrado el desarrollo natural de cientos o miles de años.
Durante tres días hemos estado alojados, en solitario, en la segunda residencia de unos amigos de Lima. Tras pasar el fin de semana juntos, Esteban y Maribel, del Club de kombis de Lima, nos dejaron una copia de la llave de su casa, todavía en construcción, y nos desearon lo mejor mientras decidiéramos quedarnos. Durante el fin de semana nos invitaron a pescado fresco, nos hicieron un asado y compartimos chilcanos –una bebida típica a base de pisco, soda y limón- y algo de música.
La exquisita hospitalidad latina ha sido uno de los constantes desde que llegamos a América del Sur. Desde nuestra llegada a Argentina hasta Perú, pasando por Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia. En todos los países, sin excepción, nos hemos encontrado con buena gente que nos ha abierto las puertas de sus casas y nos ha tratado como a hermanos, en una actitud que diferencia esta tierra.
Todavía recordamos como si fuera ayer – y ya han pasado más de dos años- la primera vez que unos desconocidos nos invitaron a través del Facebook a pasar unos días en su casas. La primera reacción, por puro desconocimiento, fue de desconfianza. -¿Qué querrá esta pareja de argentinos? ¿Por qué tendrían que invitarnos a nosotros sin conocernos de nada?- nos preguntábamos Marta y yo.
Cuando nos encontramos en su casa de Bariloche con Flor y Matías descubrimos a unos chicos con los que pareciera que nos conociéramos de toda la vida. Nuestra pasión por viajar y una visión diferente del mundo hizo que conectáramos desde el inicio, tejiendo una linda amistad que se mantiene hasta hoy.
Curiosamente, Flor y Matías han llegado recientemente a Barcelona para viajar por Europa, y nosotros vamos a ir en breve para allá para pasar las Navidades en familia, de manera que allí nos encontraremos, y esperamos poder retornarles aunque sea un poco de la buena hospitalidad que recibimos en Argentina.
Sin duda, las familias que nos han acogido en ningún momento lo han hecho esperando una contrapartida, más allá de compartir experiencias con una pareja de viajeros que un día decidió dejarlo todo para conocer el mundo. Pero, finalmente, en esta vida, todo vuelve. Y aquello que diste, en algún momento se te acostumbra a retornar, ya sea para bien o para mal.
Además, a menudo son los que menos tienen aquellos que más te dan, como nos pasó en nuestro viaje al norte de la India, donde una humilde familia trabajadora de Orcha nos invitó a cenar a su casa, e incluso dejaron de comer ellos para que comiéramos nosotros y su hijo mayor, para poder brindarnos lo mejor que tenían. Por poco que fuera, para nosotros era también lo mayor que nos podían dar.
A pesar de haber pasado siete años, nunca olvidamos a Jagmohan y Usa. Y quien sabe si algún día tendremos la oportunidad de llegar hasta Orcha en la Saioneta para reencontrarnos e invitarlos también a conocer nuestra pequeña casa con ruedas.
De momento, disfrutamos de la última noche en nuestra efímera casita frente al mar de Cerro Azul. Aparcados en el estacionamiento de delante de la casa, con el techo abierto de la Saioneta, nos dormiremos escuchando las olas del mar y agradeciendo a nuestros anfitriones estos días de tranquilidad, de despreocupación y deleite natural a orillas del Pacífico.
Y en los próximos días, de camino a la capital, nos esperan con los brazos abiertos una pareja de Cieneguilla, y los socios del club de kombis en Lima, donde sin duda volveremos a tener el placer de disfrutar de la excelente hospitalidad del pueblo peruano.
No queremos cerrar este post sin dedicar unas palabras y agradecer a todas las personas de Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia y Perú que durante estos últimos dos años y medio nos han abierto las puertas de sus casas o han compartido con nosotros la comida típica de su país o nos han abierto los brazos para darnos a conocer su cultura, su familia y su historia. ¡Muchas gracias por la hospitalidad!!!
1 comentario en “Gracias por la hospitalidad!”
Olá amigos, nós é que temos que agradecer, pelos bons momentos e belas histórias compartilhadas. Tenho certeza que todas as pessoas que receberam vocês, ganharam, assim como nós, um belo presente: a amizade de um casal alegre e muito simpático.
Espero encotrá-los novamente, na estrada! Um grande abraço e BUENAS RUTAS !!!