Durante la ruta por las carreteras argentinas nos hemos ido cruzando de forma habitual con banderas y cintas rojas. En algunas zonas las encuentras bien seguidas, a ambos lados de la vía, señalando pequeños templos improvisados que con el tiempo se han ido llenando de ofrendas y de fe. En otras áreas las telas coloradas aparecen de repente, aisladas, testimoniando un fenómeno de devoción popular que se extiende por todo el país y más allá de sus fronteras.
Siguiendo las señales rojas llegamos hasta Mercedes, el punto de origen de este fenómeno, donde visitamos el santuario del Gauchito Gil, uno de los puntos de peregrinaje más importantes de Sudamérica. Centenares de personas pasan cada día por la población correntina para poner una espelma a este trabajador rural, Antonio Mamerto Gil Núñez, que fue asesinado el 8 de enero de 1878 y se ha convertido en el protector de los pobres y también de las clases trabajadoras.
Cada 8 de enero, miles de personas abarrotan el santuario, situado en el lugar donde se emplazó la tumba de Antonio Gil, a ocho kilómetros de la ciudad de Mercedes, donde nace la leyenda y un auténtico movimiento religioso y comercial. Bien vale la pena una visita al santuario. Cualquier día del año encuentras comerciantes que venden todo tipo de merchandising relacionado con el Gauchito Gil, fieles poniendo una espelma y centenares de chapas enganchadas en las paredes para dar fe del paso por el santuario.
Antes de abandonar el santuario, pintamos de rojo la parte de atrás del símbolo de la paz que llevamos colgando delante de la Saioneta y escribimos ‘Gauchito’ para que nos acompañe durante nuestro viaje. Ya sea por superstición o por creencia, toda ayuda es bienvenida durante la ruta.
La leyenda
Son diversas las versiones sobre la historia del Gauchito Gil, del que cuentan que era una trabajador del campo que desertó tras ser reclutado para combatir en la guerra. Antes de que su verdugo lo ejecutara, Antonio Gil, que estaba esperando una carta de absolución, le advirtió que cuando llegase a casa se encontraría a su hijo muy enfermo y que debería rezar en su nombre para que se salvase, ya que estaba derramando la sangre de un inocente.
Tras llegar a su casa, efectivamente el comisario vio cumplidas las previsiones, de manera que fue hasta el sitio donde había matado al Gauchito y le dio un entierro digno. Desde entonces, la leyenda ha ido creciendo hasta la actualidad, convirtiendo a esta figura en un auténtico movimiento de masas.