Imagina un ave que supera los tres metros de longitud con las alas extendidas. Un impresionante pájaro de hasta 15 kilos de peso que puede alcanzar los 6.500 metros de altitud y cubrir trayectos de cientos de kilómetros prácticamente sin mover las alas. Ahora imagina que este animal pasa volando por encima de tu cabeza. Tan cerca que casi puedas tocarlo. Todo esto es posible en el cañón del Colca, donde el cóndor domina el cielo y paraliza la tierra con su hipnotizante vuelo.
Como ya hicimos dos años atrás, tomamos la ruta del cañón del Colca al caer la tarde. Alcanzamos nuestro destino cuando las sombras ya no permitían ver los 1200 metros de caída libre que hay hasta el río Colca. Iluminados por la tenue luz de la luna, aparcamos en el parking exterior del mirador Cruz del Cóndor. Allí preparamos una cena ligera en la furgoneta. Y nos fuimos a dormir deseando que los cóndores nos regalaran su vuelo al día siguiente.
Y es que el momento más propicio para observar el ave sagrada de los Andes es en las horas iniciales de la mañana. Impulsados por las corrientes cálidas, los cóndores emprenden su vuelo en el Colca con las primeras luces del día. Aunque llegar temprano no es garantía. La primera vez que estuvimos en la zona sólo pudimos ver dos o tres cóndores. Y los vimos de lejos. Los guías del lugar nos dijeron que no habíamos llegado en la época más propicia. Así que volvimos esperando tener más suerte.
Amaneció tapado en la Cruz del Cóndor. La Saioneta era el único vehículo que ocupaba un lugar en el parking. Es uno de los placeres cotidianos que nos damos al viajar en una furgoneta camper por Sudamérica. Eran las 6 de la mañana. El ambiente estaba frío. Pero aun sí salimos hasta el mirador para ver si algún ave tempranera salía de su nido. Sin éxito. Volvimos a nuestro refugio y desayunamos con un mate calentito, esperando que el sol disipara la niebla y nuestros peculiares anfitriones salieran a recibirnos.
Conforme el astro rey se iba consolidando por encima de las majestuosas montañas, las furgonetas y los autobuses iban ocupando el lugar. Unos metros detrás de la cruz que da nombre al lugar, la gente de la comunidad se congrega en puestos que arman cada día para vender los productos típicos a los visitantes. Así que, a falta de cóndores, los turistas se dedicaban a comprar recuerdos del Colca.
De repente se alzó el telón y empezó el espectáculo. Viendo el movimiento generalizado, nos acercamos hasta los miradores circulares. Como emergiendo de la profundidad del cañón, salieron dos cóndores. Luego tres más allá. Y otro grupo más lejos. Hasta 17 cóndores llegamos a contar que volaban al mismo tiempo entre las escarpadas montañas.
Por lo general se mantenían alejados del punto donde nos encontrábamos, pero en un par de ocasiones se acercaron planeando hasta el mirador. Ahí pudimos ver por primera vez los detalles de sus alas terminadas en punta, surcando los cielos con su majestuoso vuelo.
Pero era en el otro mirador, donde se encuentra la cruz que da nombre al mirador, donde más se acercaban los protagonistas alados del lugar. Así que decidimos movernos de sitio y probar suerte en esta otra ubicación.
Durante algunos minutos esperamos, pacientes, que algún cóndor adulto nos sobrevolase con sus tres metros de envergadura. Haber visto diecisiete de ellos volando al mismo tiempo sobre el cañón del Colca ya era mucho más de lo que pudimos observar dos años atrás. Pero anhelábamos verlos de cerca. Sentir la energía de una de las aves más impresionantes del planeta. Cuando, de repente, uno se detuvo en una roca, a unos 10 metros del extremo del mirador. Y ahí se quedó para hacer las delicias de las decenas de humanos que esperábamos al borde del abismo con una cámara colgada al cuello.
Después de retratarlo hasta saciar mi sed fotográfica, el cóndor seguía allí, tranquilo, como ajeno al grupo de personas que suspirábamos por él. Después llegó a la roca un segundo pájaro. Lo reconocimos como juvenil por el tono marrón de sus alas y la falta de cresta y de collar blanco alrededor del cuello. Volví a sacar la cámara y fotografié hasta quedarme sin batería. Así que, lejos de volver a la furgoneta a recargarla, decidí disfrutar simplemente del espectáculo. Me cebé un mate y fui bebiendo a cortos sorbos mientras disfrutaba una imagen extraordinaria en uno de los parajes más emocionantes del sur de Perú.
Mientras tanto, Marta, que todavía no acababa de creerse el espectáculo que estábamos presenciando, grababa sin perder detalle. Los dos cóndores marcharon, pero llegaron dos más y aun otra pareja. Hasta cuatro cóndores ocuparon la solicitada piedra, convertida en altar mayor para el público presente.
Otros se acercaban hasta ese punto y desistían al verlo tan solicitado. Pero volaban alrededor, a tan sólo 10 o 15 metros de nosotros, que seguíamos disfrutando con un espectáculo que no habríamos ni soñado.
Y finalmente sucedió. Lo que estábamos esperando. Un cóndor adulto sobrevoló sobre nuestras cabezas. Pasó cerca. Muy cerca. Tal vez a tres metros. Pasó con sus alas extendidas. Por un momento se hizo el silencio. Hasta que los presentes reaccionamos con suspiros y gritos de emoción. Y es que ver el vuelo de este animal ancestral tan de cerca pone los pelos de punta. El cóndor dio una vuelta y marchó de nuevo hacia el abismo, majestuoso, único. Por algo ha sido considerado durante siglos como un animal sagrado, símbolo de libertad y de ascensión a los cielos.
Cañón del Colca en camper
Visitar el cañon del Colca en vehículo vivienda es una experiencia espectacular. Vale la pena irse a dormir en solitario viendo como despunta la luna. O despertar con las primeras luces del día en un sitio tan especial.
La entrada al cañón está vigilada durante el día. Pero la barrera se mantiene abierta cuando cae la tarde y ya no hay movimiento de cóndores. De manera que se puede circular libremente por el lugar cuando la mayoría de turistas desaparecen.
Cómo llegar al cañón del Colca
Para llegar al Colca hay varias opciones. La más habitual es desde Arequipa. Hay unos 160 kilómetros entre Arequipa y Chivay, el primer pueblo del valle. Unas tres horas y media en vehículo. Y hay que sumarle los 42 kilómetros que hay hasta la Cruz del Cóndor. El camino, que transcurre al borde del abismo, es increíble. Y puede tomar tres cuartos de hora o una hora.
Desde Puno, en el lago Titicaca, hasta Chivay, hay un total de 275 kilómetros, que se pueden cubrir en unas cinco horas yendo a la velocidad del paisaje. Nosotros tardamos más de seis con la parada para almorzar. Hay que tener en cuenta que en el último tramo se sube hasta los 4.800 metros de altura y que circulas durante kilómetros y kilómetros prácticamente desiertos.
Pasas por algún pueblecito y ves muchas alpacas y llamas. También pasas por la zona de la laguna Lagunillas, en uno de los trayectos más increíbles por los que he circulado en Sudamérica. Pero las gasolineras no abundan. Así que recomendamos madrugar y cargar gasolina antes de salir de Puno.
Otro itinerario habitual es venir desde Cusco para unir dos de los zonas más bellas del sur de Perú. Es un largo trayecto de 380 kilómetros y un mínimo de siete horas en la carretera. En el tramo final, el itinerario se une a la carretera que viene desde Puno para llegar a Chivay.
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